7.24.2008

Pelusio y la viejecita linda + imaginando a Pelusio, entrega nro 2

Hasta la Selva del Amazonas se adentró una vez una señora mayor, de unos 70 años, pues sabía que allí encontraría a Pelusio, envuelto como siempre en sabiduría, dispuesto a ayudar con sus palabras a cual ser humano tuviera en su mirada un signo de necesidad, de búsqueda, de esperanza. La viejita fue hasta el Amazonas caminando, porque desconfiaba de los autos, los colectivos, los trenes y los aviones. Y encima caminaba despacio, pues era una viejita. Así que tardó lo suyo en llegar, pero llegó. Y apenas cruzó la línea imaginaria que determina para los hombres comunes el nacimiento de la Selva, allí apareció Pelusio para recibirla, pues sabía que la viejecita estaba cansada y a punto de palmarla, y como el Grande es Grandísimo, se decidió a ir a su encuentro para regalarle sus preciadas palabras.
La viejecita, al verlo, se emocionó y se sentó en el tronco de un árbol cortado. No pudo evitar que le salieran lágrimas al ver al Profeta, y habló entre sollozos

- Ay Pelusio, que grande que estás - dijo, mientras le tironeaba los cachetes. Bueno, nunca antes te había visto, pero... que grande... -sin soltarle los cachetes.

Pelusió se sorprendió por el temita de los cachetes. Una actitud así, proveniente de otra persona, hubiera significado la muerte intantánea y dolorosa, pero el Profeta se había encariñado con la anciana. Entonces habló, y los pájaros dejaron de cantar:

- Has recorrido un largo camino, mujer. Largo en kilómetros y en tiempo. Veo en tus ojos la pureza. Nunca has tomado en colectivo, y por lo tanto no has sido como esas viejas que clavan carteras para que los jóvenes cedan el asiento. No eres de las viejas que protestan con los cajeros de supermercado por los precios, porque sabes que no tienen ellos la culpa. No eres, ni has sido, ni serás, de las que abren y cierran todas las conversaciones hablando de sus problemas reumáticos...

La vieja volvió a tomarle los cachetes con más fuerza. Pelusio sonrió, aunque un poco le dolía. Y siguió, como siguen batiendo las olas:

- Sé muy bien que llegando al final de tus días, te replanteas el hecho de no haber sido nadie. De no haber sido famosa, de no haber salido en ningún diario, de que tu nombre ni siquiera aparezca en este relato cuando alguien lo escriba. Sé que sientes que has vivido en vano y que tu paso por este mundo a sido imperceptible, que no ha dejado nada importante a la humanidad...

La pobrecita viejecita largó a llorar, las lágrimas lubricaban sus arrugas y se perdían en los pliegues de su cuello. Todavía tenía su mano en los cachetes del Grande, pero cada vez apretaban con menos fuerza. Pelusio siguió.

- Mas no llore, amiga mía, no llore. Porque la forma de ver las cosas condiciona las cosas, y no existe una realidad real, sino la que cada uno de nosotros observamos. Usted puede sentir que su vida fue inútil porque nunca ganó un Nobel, ni siquiera se graduó de la primaria. Pero usted, una vez, tejió un pullover. Un pullover verde, pequeño, para su único nieto. Y ese pullover lo abriga en invierno, y aunque el niño no pueda hablar, yo le digo que ese es su pullover favorito, y lo será por el resto de su vida, y eso es más que suficiente. En la vasta infinidad del Universo entero, no existe ninguna diferencia entre un pullover y una mansión. Solo nuestra forma de ver las cosas, una forma pequeña y precaria, como nosotros, nos hace pensar eso. Mas la verdad del Cosmos es otra, y está de su lado.

Y la mano de la viejecita soltó los cachetes del Rey. La mujer recordó el pullover y solo atinó a decirle gracias al Maestro, que con la mano en el hombro le brindaba su energía y la despedía. Pelusio vió como la mujer pegaba media vuelta para volver caminando a su hogar. Del Amazonas a Burzaco, largo camino por delante. Pero la viejecita estaba dispuesta a recorrerlo, y eso es lo que en verdad importa, esa es la enseñanza, esa y la del pullover, claro, la de la forma de ver las cosas. Y así, una vez más, Pelusio nos demuestra que el punto de vista es lo que importa, y no el objeto, como lo supo bien Cezanne, como lo comprendió Picasso, como lo escribió Sartre en una de sus obras de teatro, no el acto en sí, no el hecho, sino el punto de vista, que nunca puede abarcar el todo, pues un punto es solo un punto. Ojalá esto nos sirva a todos, queridos lectores, para reflexionar en nuestra vida cotidiana, en nuestro día a día, en las cosas que pasan a nuestro alrededor.




Y va, de yapa, una imagen de Mr. Spoltore que nos muestra como se imagina a Pelusio. La imagen se presta para una interpretación (existente pero lejano, inaccesible, inalcanzable?) que tal vez el autor nos devele.








Gracias Feffo!




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8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Pobre viejecita! Subí mi dibujínnnn, ¿o no te gustó? Besi

alessandro tambuzzi dijo...

que ia va mujer, que ia va !

Anónimo dijo...

¡¡¡¡¡ Pero no se ve !!!!!!!!!

Feffo dijo...

En las cuestiones de la fe, los sentidos pasan a ser prescindibles.
A Pelusio no hay que verlo querido amigo. Sólo hay que saber que está.
O acaso usted ve la sorpresa cuando compra el kinder?
Pelusio es cómo las sales minerales de Gatorade. Cómo el L. Casei Defensis de Actimel. Pero más groso.
Es cómo usted anónimo. Que no se lo ve, y sin embargo, gira.

alessandro tambuzzi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
alessandro tambuzzi dijo...

consideren esas palabras de feffo como un símbolo de la sabíduría que puede un ser humano alcanzar, si está dispuesto a dejarse mojar por las enseñanzas de Pelusio.
muy buen análisis, de veras

Martina Gaido dijo...

Grande, gracias por defenderme!! Eso es ser más groso que Pelusio... Seguiré leyendo tus relatos.
Besoss.

Y seguí sintonizando radio Marta, en la 109.6 del dial.

Anónimo dijo...

Subí el mío che, que soy la única que lee tus posts largos, jijij