6.09.2008

Los monos que no se ven y las etiquetas de las bananas.

La noche se desplegaba en la Selva del Amazonas. No se desplegaba como cuando uno despliega una sábana para hacer una cama de dos plazas, sino lenta, muy lentamente, como lava sólida por una ladera en declive casi imperceptible, centímetro a centímetro, opacando de a poco aquello que tocaba. En esa oscuridad inminente se adentraba un hombre de unos 45 años, medio pelado y con pinta de pobre tipo. Este hombre buscábalo a Pelusio, y a su vez buscaba en Pelusio un poco de luz en su vida, unas palabras que lo ayudaran a guiarse en este mundo frío y capitalista que desconoce la sensibilidad. La noche se había desplegado ya casi del todo y el hombre alumbraba con su linterna los arbustos y las ramas de los árboles en busca de la figura del Maestro Espiritual Supremo. Y Pelusio, que desde hace un tiempo lo miraba asomando apenas la cabeza del río (porque era de noche y hacía frío pero Pelusio no se come ni una, si tiene ganas de meterse se mete igual, nada de esas mariconadas de testear el agua con el dedo gordo del pie ni nada, se mete de una, a lo macho) , Pelusio decíamos que se hizo ver. La linterna apuntó al río y de allí salió caminando Pelusio, desnudo, y con una mano le hizo un gesto al hombre para que empezara a hablar.

- Pelusio, Gran Profeta, lo estuve buscando durante tanto tiempo... tengo tantas cosas que preguntarle, tantas cosas que desearía saber...

- De todas elige una, y en esa estarán también las demás.- respondió Pelusio que la sabe lunga

- De acuerdo - continuó el hombrecillo- el tema es que soy escritor pero nunca publiqué nada. Soy escritor de alma, digamos. Pero para ganarme la vida, para comer y pagar los impuestos, trabajo en una empresa, poniéndole las etiquetas a bananas para después comercializarlas. Es un trabajo agotador, y después de estar 12 horas por día pegando etiquetas en bananas, ya no me dan ganas de escribir... no se que debo hacer, si decidirme y seguir mi sueño de escribir una novela aunque ya sea demasiado tarde, o sobrevivir en este mundo imperialista y traidor, pegando etiquetas...

Y Pelusio lo escuchó con atención, y sin dudarlo un segundo le respondió con su voz de diamante pulido, suave, con ternura y fuerza y estilo. Le dijo:

-Tengo un mono invisible
bailando en mi habitación
juega, duerme, come, triste.
Leche en envase tetra de cartón.
Muerde, sal, oreja, fuego,
lame los pliegues del sur del tifón.
Pequeño y diminuto
un mono invisible
juega, duerme, y tiene sexo
hace monerías
En mi habitación.

Ahora te hablo a vos, que estás leyendo. Sí, sí, a vos. Las enseñanzas de Pelusio son enormes y sabias, tanto que a veces parecen absurdas. Sin embargo en un proceso de comunicación el mensaje no lo es todo: es solo una parte. El mensaje es solo el mensaje, pero cobra sentido cuando entra en contacto con el contexto, cuando se tiene en cuenta quién es el emisor y quién el receptor, etc. Y allí está la clave, muchas veces, para entender su grandeza. Porque en apariencia ese pseudo poema es una locura de nene tonto que tiene blog escrita bajo el efecto de un ácido en mal estado, pero en realidad no. Para el hombre que estaba escuchando, esas palabras eran todo. Porque cuando era niño, el hombrecillo tenía un amigo invisible con el que jugaba todo el tiempo: el Mono Rubén. No tenía amigos reales, ni siquiera sus padres lo querían, pero Rubén siempre lo acompañó y le dió el hombro para llorar. A medida que fue creciendo y consultando especialistas, el hombrecillo se olvidó de su mono amigo, lo dejó de lado hasta olvidarse de él por completo. Hasta que Pelusio lo volvió a la vida.

Las palabras del Único calaron hondo en su pecho y el recuerdo de esa felicidad, de ese tiempo compartido con alguien que solo él veía, que solo él comprendía, hizo que el hombrecillo replanteara su vida. Renunció a la empresa de venta bananas capitalistas. No escribió una novela, pero hizo sus buenos mangos vendiendo libros para niños, obviamente, con Rubén, el mono invisible, como personaje principal. Mitad dinero mitad escritura, pensó. No está mal. Y no solo no está mal, sino que está perfecto. Ahora el hombrecillo vive solo (bueno, con el mono) y escribe cuentos para niños y es feliz. Nunca más volvió a pegar etiquetas en bananas y puede despuntar el vicio de la escritura.

Bienaventurados los que escuchan a Pelusio, pues de ellos es el reino del Suelo! Me voy a comprar un Topolín con sorpresa, nos vemos la próxima.

No hay comentarios: