4.16.2008

pelusio, la vuelta

Cuenta la historia que a su muerte las nutrias lloraron y los dorados que surcaban el río Amazonas no sabían en que dirección ir. Algunos lo conocieron, sí. Algunos lo vieron morir. Renació solo. Un grupo de niños exploradores lo vio. Era de noche, y la noche era de luna llena, y el fogón desprendía pequeñas chispas naranjas que morían en la tierra o en el brazo de algún chiquillo desprevenido. Uno de ellos vio algo que se movía entre las ramas y avisó a los demás. Los demás vieron algo que se movía entre las ramas y avisaron a su coordinador. El coordinador se asustó, pensando que era un oso o una criatura salvaje, pero para demostrar la importancia de la valentía y el coraje a sus discípulos y guiarlos por el camino del bien, se acercó a investigar. Pelusio estaba sentado, peinando una nutria. El coordinador habló primero:
- Usted…
- No - respondió Pelusio, con la voz, esa voz, su voz, firme e inquebrantable, la voz que hacía años la humanidad no escuchaba y ahora volvía a surgir de las cenizas.
- Usted estaba… usted es… yo pensaba, todos pensabamos que…

Hubo un silencio total y absoluto. Las chispas del fogón dejaron incluso de hacer ruido, y eso que uno de los más pequeños había tirado una rama de eucalipto, de esas que prenden y arman un despelote terrible, y que son malas para el asado porque lo llenan de humo, salvo, claro, que a alguien le guste el asado ahumado, y entonces sí. Hubo silencio y un nudo en la garganta del coordinador, un nudo que creció un más cuando Pelusio, el gran Pelusio, el Renacido, lo miró directo a los ojos.

Y eso fue todo. Una mirada. No se necesitó más. El coordinador no volvió a hablar por el resto de la noche, no durmió ni siquiera. Pero soñó. Soñó con el profeta y su barba blanca. Soñó con un mundo verde, completamente verde y con nutrias perfectamente peinadas, soñó con hijos que corrían por las praderas en busca del abrazo de sus padres y con gerentes de marketing vendiendo guantes en las estaciones de subte por donde los subtes ya no pasan, como esa de la dama del subte que no sé cual es. Soñó con Pelusio que se acercaba y le susurraba al oído, con la voz más dulce que escuchó en su vida:
- Haz correr la voz…

A la mañana siguiente el coordinador levantó campamento y se fue con sus chiquitines de vuelta a la ciudad. Al año lo encontraron muerto, en su bañera, pero con una sonrisa enorme en su rostro.

La voz se empezó a correr.

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