Lo último que recuerdo es estar trabajando en la traducción de las Obras Completas de Pelusio al alemán, en el escritorio de mi living. Allí tengo una foto del profeta en un portarretratos (la que se cree que es la única foto que documenta la existencia del Grande, una foto que postearé en su debido momento). De a poco fui cediendo al sueño hasta entregarme del todo, aunque a eso ya no lo recuerdo.
De pronto estaba en mi oficina, en el centro, trabajando. Recibo un llamado al celular: es de una amiga, que trabaja 3 pisos arriba del mío. Decido subir sin el celular. Cuando llego el 6 piso es una cancha de básket llena de escritorios dispuestos en orden aleatorio. Ni en filas, ni en círculo, nada, cada escritorio apunta a donde se le da la gana. Logro encontrar el escritorio de mi amiga: me presenta a su padre, gordo, en cuero, sentado en una silla reclinable y hablando por celular, acerca de unos pasajes en avión. El padre me extiende la mano y se levanta, pero a los pocos segundos me da el celular (el suyo) para que continúe hablando con la mujer que vende los pasajes. El padre de mi amiga se va. Hablo con la mujer de los pasajes: no hay más. No puedo avisarle a mi amiga, pues ya se fue, con su padre. Decido volver a mi lugar de trabajo: en las escaleras ya es de noche. Me encuentro con un amigo y bajamos juntos. Salimos a un patio grande, que tiene la forma del Coliseo Romano, pero más pequeño. En el Coliseo es de noche, también, y la noche es quieta. Atravesamos el lugar hasta llegar de nuevo a mi oficina. En un pasillo largo y blanco hay una lamparita que intermitente y al final del pasillo, una puertita de ropero, en la parte superior de la pared del fondo. Le pido a mi amigo que me sostenga, subo a una silla y abro la puertita para sacar unos libros. Eso es lo que le digo a él. Comienzo a buscar el libro que me interesa y me doy cuenta que no hay nada bueno, que de hecho no son libros sino sachets de leche. Bajo de la silla un poco aturdido por los sachets (y mis libros???) y atravieso una de las puertas del pasillo para llegar a mi oficina. En la oficina es de noche y hay poca gente. Busco el celular, que había dejado todo el día, y lo abro para ver los mensajes que debería haberme mandado mi amiga, que desapareció sin explicarme nada. No había mensajes suyos. 1 mensaje nuevo. De CTI. SMS gratis por no se cuanto tiempo, pero de mi amiga nada. Mi amigo desapareció, también. De golpe me asombro al ver que todo en mi celular está escrito en polaco, o en ruso. La agenda, el menú, los mensajes, todo. Lo entiendo a la perfección, pero está en ruso. Levanto la vista y contemplo la oficina. Estoy solo. Está oscuro. Me despierto.
Cuando recobro conocimiento, noto un pequeño rastro de baba en una de las hojas de la máquina de escribir, y descubro que dormí 3 horas. Me levanto para ir hasta la cama a dormir al menos un rato en una posición más cómoda. Ya es de madrugada y de pronto tengo una epifanía: miro la ciudad: humo. Buenos Aires está cubierta de humo. En mi escritorio hay una hoja mecanografiada en alemán toda babeada. Surrealismo. Primero pienso en Cortázar, en cuál de las dos situaciones que viví será el sueño y cuál la realidad, pero después me doy cuenta que no me gusta Cortázar. Y pienso en Pelusio. En el Maestro. En su vida recluída, en su fuerza reparadora, en sus nutrias y sus dorados. En qué me estará queriendo decir a través de mis sueños, mis miedos, mis libros perdidos y este humo.
4.20.2008
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